"un ca-fe
con dios"
Rvdo. José L. Báez báez
Parábola del Hijo Pródigo en Lucas 15:11-32 Sermón basado en el libro de Henri J. M. Nouwen. El regreso del Hijo Pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt. Lucas 15:11-20a Podemos destacar que la vida del hijo menor era una tumultuosa, de tormentas, de crisis y de vivencias placenteras. Sin embargo, siempre queda algo de luz. Luz misteriosa, que hace ver, que alumbra lo oscuro, lo accesible. Es probable que esa luz en nuestro interior esté sin descubrir, pero la angustia, la crisis puede descubrirla. En algún momento dado hemos sido como el joven orgulloso que “recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino. De joven todos tuvimos los rasgos de este hijo pródigo: descarado, autosuficiente, manirroto, sensual y muy arrogante. Otros en la borrachera, en la lujuria etc. Sumamente ansiosos de conocer todo lo que el mundo tiene que ofrecer. Incansable juventud e insensibles a los que nos rodean. Preocupados por el dinero… “ganó mucho, gastó mucho y perdió mucho”. Malgastó sus energías en interminables juicios por problemas financieros y procesos de bancarrota. Hambre de fama y adulación, aficionado a costumbres extravagantes, que prefiere las cadenas de oro, pero no pararse sobre ellas en la eternidad. Este éxito, popularidad y riqueza le siguió otro de dolor, desgracia y desastre. El Hijo Menor se Marcha: Un rechazo radical:
Si hay un regreso queda implícita la marcha. Es volver al hogar después de haberlo abandonado, de haberse ido. “Padre dame la parte de la herencia que me corresponde” reunió todo lo que le había tocado y se fue… es un acto inaudito, hiriente, ofensivo, y en total contradicción con lo que está ocurriendo en la época. Esa marcha y ese pedido es desearle la muerte a su padre. No solo pide la herencia sino que también reclama el derecho de disponer de su parte. Esa marcha representa renunciar y rechazar el hogar en el que el hijo nació y fue alimentado, y es una ruptura con la tradición mas preciosa mantenida cuidadosamente por gran parte de la comunidad de la que forma parte. Cuando Lucas señala que “se marchó a un país lejano” quiere indicar mucho más que el deseo de un hombre joven por ver mundo. Es un corte drástico con la forma de vivir, de pensar y de actuar que le había sido transmitida de generación en generación como un legado sagrado. Más que una falta de respeto es una traición a los valores de la familia y de la comunidad. El “país lejano” es el mundo en el que se ignora todo lo que en casa se considera sagrado. ¿Cuántas veces hemos rechazado los valores de nuestra propia herencia? ¿Cuántas veces renegamos de lo que tenemos en nuestras casas porque creemos que no es suficiente? Es necesario, es vital detenernos a reflexionar sobre las veces que nos hemos ido a otros lugares de mayor interés, por nuestros propios caprichos o porque otros/otras nos los señalan como bueno y ya se nos olvida lo que hay en el hogar. Cada vez que nos quejamos de lo que tenemos en nuestras casas o de lo que nos dieron aflora el hijo mejor de nuestras vidas. Es decir se da a conocer que nuestro corazón y nuestra mente son capaces de abandonar el hogar. ¿Cuánto tiempo pasamos mirando las tierras de otros, porque se nos olvida valorar y dar gracias a Dios por las que tenemos? En esta parábola Dios muestra un amor sin fronteras, mucho más fuerte que cualquier otra historia del Evangelio. Estamos viendo en esta parábola el movimiento de un Padre y un hijo. Representa el amor y la misericordia divina en su poder de transformar. Sordo a la voz del amor: Dejar el hogar es mucho más que un simple acontecimiento ligado a un hogar y a un momento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mí ser, de que se me olvidó que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno porque ese es mi padre, de que estoy grabado en la palma de sus manos, pero escogí las sombras. Dejar el hogar es ignorar la verdad de Dios que nos ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre. (Salmo 139.13-15). Dejar el hogar es vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una. El hogar es el centro de nuestro ser, allí donde podemos oír la voz que nos dice: “Tú eres mi hijo/hija amado en quien me complazco. La misma voz que libera de un mundo oscuro, haciendo que permanezcamos en la luz. Yo he oído esa voz. Hace tiempo me habló y me sigue hablando, porque es la voz del amor. No deja de llamar, que habla desde la eternidad y que da vida y amor dondequiera que es escuchada. Cuando la voz del amor nos susurra no le tememos a nada. “Aunque ande en valles tenebrosos, ningún mal temeré” (Salmo 23,4). Jesús nos deja claro que la misma voz que el escuchó en el Jordán es la misma que me declara hijo. Por lo tanto, yo, lo mismo que él, Jesús, tengo mi casa junto a mi Padre. Por eso Jesús decía: “Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo. Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad. Yo los he enviado al mundo como tú me enviaste a mí. Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti por medio de la verdad. (Juan 17,16-19). Yo tengo un hogar y la fe me conduce a él. Sé dónde está mi verdadera morada… Hay quienes corren toda su vida buscando de aquí y de allá, pero solo hay un lugar donde te pueden decir: “Hijo Amado”. Hay quienes abandonan ese hogar considerando que encontrarán esa voz en sus propios caprichos. Muchos escapan del hogar buscando lo que solo en el hogar encontrarán. ¡Cuidado! ¡Alerta! Hay muchas voces llenas de promesas muy seductoras. Estas voces invitan y dicen: Sal y demuestra que vales, no dejes que tus padres te controlen… Poco después de Jesús escuchar: “Mi hijo Amado” fue impulsado al desierto y las voces eran fuertes: le decían que merecía ser amado, que merecía tener éxito, fama y poder. Son las voces que seducen y asumen que el amor es un derecho. Son las voces que invitan a que se me acepte, a que se me valores, a que se me quiera etc. ¿Cómo ganar el amor si es gratis? Esas voces son tentadoras y llegan a través de amigos, maestros, colegas, padres, hermanos, medios de comunicación… son las voces que dicen: dale sal de ahí porque puedes dar más. Si no haces algo no vales, sino tienes no sirves, muestra lo grande que eres… voces y voces que pueden opacar la voz de los que me aman y del que me ama. Esas voces me pueden impulsar a un país lejano. Cuando sabemos cuál es nuestro lugar esas voces son una ofensa. ¿A quién pertenezco? ¿A Dios o al mundo? Pocos me señalan que soy de Dios y muchos quieren que salga al país lejano. Cuando miramos lo que nos ocurre hemos hecho de nuestra vida una lucha por sobrevivir. A mucha gente y a muchas cosas le decimos sí, pero a la voz de Dios nos hacemos los locos/locas e ignoramos su voz hasta que nos damos cuenta que el amor del mundo es condicional y el que viene de la casa de mi Padre es incondicional. Ese mundo solo fomenta las adicciones: droga, placer, alcohol, poder, satisfacción sexual, posiciones, prestigio, comodidades, apariencia, pero no hay satisfacción, pues ya nos hemos hecho adicto. ¿No es la palabra adicción una explicación para nuestra sociedad? En un país lejano buscamos el amor que solo vamos a encontrar en la casa de mi Padre. El hijo menor y su grito de rebelión quieren demostrarle al mundo cuan capaz es de dominar, de conquistar, pero sobre todo que puedo vivir por mi mismo. Es un No al amor de mi Padre. Es la maldición no expresada: Me gustaría que te murieras. Es el mismo No de Adán que rechazó al Dios en cuyo amor fue creado por ser como él y alcanzar poder. Fue el amor lo que permitió que Dios le permitiera a su hijo encontrar su propia vida, pero sobre todo el riesgo de perderla. Ese amor de Dios a nosotros y a nosotras es libre. Me capacita para tomarlo o rechazarlo. El hijo menor lo dejó todo por sus propios intereses. Lo ha despilfarrado todo. Ha pasado por la miseria y el sufrimiento. No tiene nada. Lo único que le queda es lo que lo mueve a volver; la dignidad. Se acordó que aquel todavía era su padre, porque aunque en su pedido lo había rechazado, su padre estaba allí. Y volvió precisamente cuando recordó y valoró el lazo que les unía. Ahora su apariencia es de esclavo, de humillación, de soledad. Entre más distante de nuestro hogar menos capaz de escuchar lo que nos dicen quienes nos aman. Es el engaño a sí mismo lo que lo movió. Atrapado en ese enredo de deseos y necesidades, sin saber las motivaciones o sabiéndolas se distanció. Comienza la división de las cosas en los que están conmigo y los que son mis enemigos. Todo a su alrededor se tornó oscuro, no hay confianza, se endurece el corazón, ya nada le importaba, está lleno de tristeza, la vida pierde sentido, se convierte en un alma perdida. Cuando nadie le demostró interés, ahí el hijo menor se dio cuenta de qué mal estaba. Cuando ya no podía pagarle a otros ya no servia. Ya no querían ni darle la comida que era de los cerdos, ya no se consideraba ni humano, sino un escombro humano. El hijo menor sabía que el próximo paso a su crisis era la muerte… Allí frente a los cerdos y las algarrobas redescubrió su yo más profundo. Dijo: cuantos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Yo no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros… esas palabras escritas en su corazón le permiten dejar la tierra extranjera y volver a casa. El regreso se marca en las palabras: Padre… ya no merezco llamarme tu hijo…solo el vínculo filial le permite caminar. La perdida de todo lo llevó al fondo de su identidad. Cuando vio los cerdos se dio cuenta que era humano, pero sobre todo que tenia un lugar, una familia y un Padre. Comprender esto era optar por vivir y no dejarse morir. Su reclamo de ser hijo no tenia ningún merito. El camino a casa es largo y difícil.
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AutorPastor José Báez Báez Categorías
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September 2017
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