"un ca-fe
con dios"
Rvdo. José L. Báez báez
Mateo 28.5-6 "Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: NO temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor". La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús. Es aquello que se produjo en el crucificado, no en la imaginación nuestra. Esta resurrección no es un retorno a la vida anterior en la tierra. Jesús no regresa a esta vida biológica que conocemos para morir un día de manera irreversible. NO es la reanimación de un cadáver. Ninguno de aquellos seguidores confunde lo que ocurrió con Lázaro, con la hija de Jairo, o al joven de Naín con lo que acontece con Jesús. Jesús no vuelve a esta vida, "sino que entra definitivamente en la "Vida" de Dios" (Pagola 2010). Una vida liberada donde la muerte no tiene poder sobre él. El apóstol lo plantea: "sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.
Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive"[1]. Es la experiencia de Jesús. Comprender los sucesos narrados, en los años 70-90 d.C. puede crear desconcierto a quien pretenda ordenar los sucesos de manera cronológica. Según los evangelio Jesús puede ser tocado y visto, puede comer, subir al cielo por ser ocultado por una nube. Esta información da la idea de que ha regresado a la vida, pero no es el mismo de antes. Jesús es el mismo pero diferente. Es el Jesús lleno de vida, por eso no lo reconocen de inmediato. Está en medio de los suyos pero no lo pueden retener. Jesús es en una existencia nueva. Tampoco aquellos seguidores se expresaron como un asunto inmortal como los griegos. NO es una supervivencia de su alma inmortal. NO es un revivir después de la muerte despojado de su corporalidad. Para ellos el "cuerpo" es toda la persona tal como ella se siente enraizada en el mundo y conviviendo con los demás. NO es posible pensar a Jesús resucitado y sin cuerpo, sería cualquier cosa menos humano[2]. Así que expresamos esto desde el cuerpo glorificado y no en el mortal. La resurrección de Jesús trae consigo las marcas de la obediencia y la entrega por cada uno de nosotros/nosotras. En la resurrección da lugar la creación de Dios, desde la separación de la muerte y la vida. Ya no coexisten como quien vive y sabe que habrá de morir. Sino que la acción creadora de la resurrección abre paso al génesis de la vida eterna para el ser humano. El grito de Jesús: "Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" es un grito de acogida y no de abandono. Es el encuentro de Jesús con el Padre para abandonar lo terrenal y entrar en la acogida del Padre. Allí donde todo acabó para Jesús, comenzó algo radicalmente nuevo. Cuando las cosas parecen hundirse sin esperanza la acción de Dios vuelve a crear. El misterio en el que Dios acoge a Jesús se sustrae de cualquier experiencia que podamos tener en este mundo. No hay forma de representarlo adecuadamente. Es por ello que los evangelistas señalan lo que ocurrió, pero no hay nada escrito de la resurrección[3]. Nadie puede ser testigo de la acción trascendente de Dios. Es por ello que cuando se analiza como evento histórico se imposibilita la acción porque no es un evento de este mundo sino de Dios mismo. Porque está en el control de Dios es verdadera esperanza. Cristo, nuestra esperanza Parecía que Dios había abandonado a Jesús, pero no fue cierto. La alegría de los evangelista destaca que al descubrir a Jesús abandonado en la tumba no estaba allí. Dios salió en la defensa de su hijo, abandonado y arrojado por los humanos en la tumba, pero acogido por Dios. La resurrección de Jesús desautoriza toda condena humana y toda sentencia en su contra. Esto era lo que se predicaba en aquella época. Fue lo que se regó por todas aquellas calles de Jerusalén. "Vosotros lo matasteis clavándolo en una cruz por manos de unos impíos, pero Dios lo ha resucitado"[4]. La resurrección confirma su vida y su mensaje, su proyecto del Reino de Dios y su acción entera. Jesús buscaba una vida más digna y dichosa para todos, empezando por los últimos. Dios le devuelve la vida a quien se la habían quitado injustamente. Lo constituyó Señor para siempre, como salvador de los vivos y de los que murieron. El mal tiene mucho poder, pero solo hasta la muerte. Más allá de la muerte está el amor insondable de Dios. No hay otro fundamento definitivo para la esperanza. Si todo hubiese acabado en la muerte, entonces, ¿quién nos podía consolar? Yo me atrevo a esperar la respuesta definitiva de Dios allí donde Jesús la encontró, más allá de la muerte. Esa resurrección es la razón última de nuestra esperanza. Es lo que me alienta a trabajar por un mundo más humano, según el corazón de Dios, y lo que nos hace esperar confiados su salvación. Lo que plantea la resurrección es una vida plena para la creación entera, una vida liberada para siempre del mal y de la muerte. Nosotros estamos todavía en camino. Estamos como aquella mujer, rumbo al sepulcro, pero no para encontrarnos con la muerte sino con la vida. Todo está inacabado, a medias y en proceso. Ante la crisis existente, en todos los niveles del mundo, la iglesia tiene la responsabilidad de recordar la esperanza. Antes que un lugar de culto, la Iglesia es la comunidad de esperanza. La iglesia ha sido portadora de la Buena Noticia de un Dios que da vida y esperanza en la resurrección. Recuperar la experiencia viva del Resucitado No confesamos aquel acontecimiento, irrepetible, hoy solo para expresar nuestra fe, sino que aquella experiencia nos lleva a vivir ahora su fe en Cristo "resucitado a una vida nueva". Esta experiencia, según Pablo, es "conocer a Cristo y el poder de su resurrección", Filipenses 3,10. Lo que implica la resurrección es llegar a decir: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí", Gal 2,20. Los discípulos que han seguido a Jesús por los caminos de Galilea, han de aprender a vivir del Espíritu del Resucitado, que da vida, (1 Cor 15,45). Si en nuestras vidas se debilita la experiencia del Resucitado, la Iglesia corre el riesgo de quedarse sin su fuerza vivificadora, sin su capacidad creadora, sin esperanza. Si no tenemos el Espíritu del Resucitado, en nuestra evangelización, solo existe propaganda religiosa, la experiencia bíblica se torna en adoctrinamiento, la celebración en un rito vacío. Incluso, llegar aquí sería una religiosidad si ud no deja que el Espíritu del Resucitado habite en su vida. Sin el espíritu del Resucitado la libertad se asfixia, la comunión se resquebraja, los carismas se extinguen, el pueblo se distancia. Sin el Espíritu del Resucitado se produce un divorcio entre teología y espiritualidad, entre doctrina y práctica evangélica. Sin el Espíritu la esperanza es sustituida por el temor, la audacia por la cobardía y la vida cristiana cae en la mediocridad. Sin la obediencia del Espíritu la Iglesia corre el riesgo de obedecer a falsos señores impuestos desde afuera o elegidos desde adentro. La iglesia no es de los teólogos, ni del pueblo, ni los lideres, ni de los de derecha, ni izquierda, ni de la jerarquía, ni de los ilustrados, no es de este movimiento o aquel, la Iglesia es de su Señor, el Resucitado. Nuestra experiencia se recupera cuando nuestra fe abraza el Resucitado. El Espíritu del Resucitado es el "corazón del mundo, según, Karl Rahner. El Resucitado no estaba allí, sino que está aquí. Está aquí en medio de nuestros conflictos y contradicciones. Está aquí sosteniendo todo lo bueno, lo bello, lo justo, todo lo de buen nombre. El está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, Mt 28.20. Está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Está en nuestros fracasos, en nuestras depresiones, acompañándonos en nuestra soledad y tristeza. Soporta nuestras vidas y las sostiene, no nuestro pecado, sino nuestras vidas. Aun cuando todo se pierda, incluso, el aliento, estará para darte vida. El nuevo rostro de Dios Los discípulos no volvieron a ser los mismos. Aquella mujer tampoco volvió a ser la misma. El Resucitado es visto de otra manera. Dios es amigo de la vida. Ya no era el que desamparaba, abandonaba, permitía, sino el que esperaba para alumbrar de esperanza lo que parece no tener. Lo que había dicho Jesús era verdad. "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos". Los seres humanos podrán destruir la vida de mil maneras, pero, si Dios ha resucitado a Jesús, esto implica que nuestra finalidad es vivir. Es por ello que hay una sola manera de vivir. "Poniendo vida donde otros ponen muerte", José A. Pagola. Es por ello que la última palabra no la tuvo Pilato, ni Tiberio, ni Herodes, ni la última decisión fue de Caifás y mucho menos de Anás, sino de Dios. Cuando ud se encuentre crucificado por las mil situaciones que le agobian no tema en creerle a Dios porque Dios resucita a los crucificados, como lo hizo con su hijo. Un día enjugará toda lágrima y no habrá ya muerte, ni habrá gritos ni fatigas. Todo eso será pasado. Cuando eso ocurra habremos entrado en la dinámica de la resurrección. Entrar en una dinámica de la resurrección ¿Cómo vivenciar el poder de la resurrección? ¿Cómo vivir la fe desde la resurrección para que no sea una afirmación teórica? Lo primero es morir al pecado, que nos deshumaniza y resucitar a una vida nueva y arraigada en Cristo. Permitir que el Espíritu del Resucitado resucite todo lo bueno, que tal vez, esté muerto en nosotros. Reavivar nuestra fe apagada, nuestra esperanza lánguida y sobre todo nuestro amor mediocre: "nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte", 1 Jn 3.14. Es por ello que en Jesús hay una dinámica de crecimiento. Así era que se exhortaban en las primera comunidades cristianas: "siendo sinceros en amor, crezcamos en todo hasta aquel que es la Cabeza, Cristo", Ef 4,15. Es un crecimiento colectivo no individual. ¿Que tal si alguno en la Iglesia no crece e implique a que tampoco los demás? No se trata de crecer en números, en poder o prestigio, sino de revestirnos del nuevo ser humano, que es en Cristo, Señor nuestro. La dinámica de la resurrección no es otra cosa que luchar por la vida. "El Dios que se revela en la resurrección de Jesús es alguien que pone vida donde nosotros ponemos muerte" (J. M. Dolores Aleixandre 2012). Nuestra fe deja de ser una mera teoría cuando nos lanzamos a poner vida donde otros ponen muerte, donde podemos defender al hijo indefenso, a la mujer maltratada, a la hija abusada, a los hermanos extranjeros, al anciano solitario, etc. El horizonte de nuestra esperanza Nuestro horizonte está lleno de esperanza, de vida, de justicia, de anhelos, de sueños, de paz, de creatividad, etc. Eso es así porque el Espíritu del Resucitado sigue dando aliento, vida, alimento. No es cierto que la esperanza está acabada, no es cierto que las cosas mueren sin esperanza, no es cierto que debas vivir humillado, ni mucho menos maltratada o abandonado. Nos levantamos en el Espíritu del Resucitado y haremos una muralla gigantesca contra tales asesinos de esperanza y seremos convocados por el Dios de la vida. Ese Espíritu fortalece tu vida hoy, te da salud hoy, te quita lo que otros dicen que no se puede ya, ese Espíritu es capaz de dar vida a lo muerto y lo que no ha podido ser, lo que está a medias, lo que hemos estropeado por nuestra torpeza, los hijos que no me disfruto, la familia que no era posible, ya recibe esperanza porque el Espíritu del Resucitado no está allí sino que está aquí. Esa resurrección no solo afectó a Jesús, sino también a nosotros. Aquella comunidad estaba tan segura de su propia resurrección que daba el siguiente argumento: "Si nosotros no resucitamos, entonces tampoco Cristo ha resucitado". Aquella época estaba llena de filosofías pero no de vida. "Todas las filosofías se estrellaron contra el muro de la muerte". En Jesús murieron las barreras de la muerte y con ella todos los dioses. La autentica esperanza cristiana es un estilo y una actitud nueva frente a la vida. Enfrentar las dificultades sin desfallecer. El que cree en la resurrección sabe que no hay oportunidad para rendirse ante nada ni nadie. Es la "esperanza viva" de la que habla Pedro en su primera carta. Eso implica que si hay esperanzas vivas es porque hay otras que están muertas, incapaces de dar vida y vivir. Bibliografía: Dolores Aleixandre, Juan Mart. Dolores Aleixandre, Juan Martín Velasco y José Antonio Pagola. Fijos los ojos en Jesús, en los umbrales de la Fe. Tercera edición. Madrid: PPC, 2012. Pagola, José Antonio. Jesús, aproximación histórica. Buenos Aires: Claretiana, 2010. [1] Romanos 6.9-10. [2] Sigo el comentario de José A. Pagola quien está muy cerca de las lecturas sobre la "corporeidad del resucitado", de autores como Kessler, Boismard, Deneken, Bouttier, ... [3] Solo el Evangelio (apócrifo) de Pedro redactado probablemente hacia el año 150 en Siria, se atreve a decir que los soldados romanos, "vieron salir del sepulcro a tres hombres, dos sostenían al tercero, y una cruz los seguía. La cabeza de los dos alcanzaba hasta el cielo y la de aquel al que conducían de la mano superaba los cielos" (Pagola 2010). [4] Hechos 2,23-24; 4,10; 5,30.
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AutorPastor José Báez Báez Categorías
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September 2017
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