Estamos en tiempos de tormentas o caóticos. Asimilar estos tiempos es complejo, los cambios son, sumamente, repentinos y muy difícil de acoger. Las tormentas económicas, políticas, sociales y religiosas sacuden al ser humano. La embarcación de la vida o trasatlántico está siendo sacudida. La inseguridad, el miedo, la pérdida de identidad casi no tienen de dónde sostenerse firme. La oscuridad en la que vivimos hace difícil asimilar y discernir este tiempo. Estas inseguridades llegan hasta nuestros hijos. Muchas familias carecen de techo y se sostienen a los alrededores de las casas de sus padres o abuelos buscando de dónde agarrarse. Hay una tormenta que está sacudiendo las raíces de las generaciones emergentes. La crisis económica, política y social está desatando una tormenta. La tormenta financiera estremece la estabilidad y el bienestar de cada hogar. Esta tormenta ha purgado los derechos laborales, educativos sanitarios, de justicia, etc. Aquel bienestar de pensión se sacude y agoniza entre la incapacidad de la mayordomía de la política. “No se está tratando de resolver el déficit fiscal, sino de privatizar el estado y liquidar los derechos sociales para que el capital financiero pueda lucrarse sin impedimento alguno”, E. Martínez Ocaña. Si se privatiza los servicios de los que los ciudadanos no pueden prescindir, tendremos un negocio para los privilegiados. Se hará intocable el dueño del banco y vulnerable los que somos del camino. En esta tormenta hay un intento de engullir y acallar el pensamiento crítico con la visión mercantilista de la cultura, “el entretenimiento y el hiperconsumo que nos adormece y alinea” E. M. Ocaña. Nuestro mundo tiene mucho ruido y es por ello que no escuchamos. Los verdaderos gritos, no los de ruido, los de justicia, los de dolor, los de angustia, los de desesperación, los de maltrato, los de abuso, los de calidad de vida, los de solidaridad, etc., esos no son escuchados. El ruido de la violencia es atroz. Violencia que se gesta en las redes, calumnias, insultos, son gritos en el aire con eco mundial. Esta violencia cibernética se desprende desde las más altas esferas y taladra la ética. Seduce la conciencia y castra toda opción de vida. Es la violencia-ruidosa que por medio de la información que aturde, manipula con verdades a medias o mentiras bien programadas para que las podamos digerir. Toda esta crisis insensibilizará a los mandatarios. “Habrá paros masivos, desahucios, despidos, desfalcos, engaño, medias verdades, robos de bancos a los más vulnerables, suicidios silenciosos, muertes prematuras” E. M. Ocaña, que hacen abortar cualquier sueño. “La tierra gime” en total desacuerdo con tormentas, huracanes nunca vistos, aguas contaminadas, escasez de agua, el deshielo, agotamiento de los recursos naturales, mientras las guerras intestinales del gobierno fracasan en sus intentos. Tampoco, nosotros, los ciudadanos tenemos conciencia de la gravedad del problema y no utilizamos correctamente los recursos naturales. Hay un temor que se apodera del pueblo. La gente sale y busca refugio en lugares que tienen sus propias tormentas o peores huracanes. Se busca la calma en donde no hay ruido, en donde solo se escucha la naturaleza y no existe mano humana. ¿Qué hacer? “En la tempestad es imprescindible no perder la calma, tener el coraje de permanecer”, E.M. Ocaña. Se acuerdan de las palabras del salmista cuando dijo: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios...”. Permanecer es la palabra clave que Jesús destacó sobre los discípulos. Plasma E.M. Ocaña y este servidor sobre permanecer: Es permanecer en los pasos que buscan abrir caminos nuevos, aunque sea arriesgado, pero con fe. Es permanecer en las luchas por defender los derechos humanos en nuestra sociedad. Es denunciar lo que atenta contra la vida por insignificante que parezca, desde nuestro púlpitos como lo hacía Jesús en las sinagogas y ante los fariseos, saduceos, zelotas, etc. Es permanecer en nuestro mástil de nuestro barco avistando náufragos, sin escondernos en nuestros camarotes buscando refugio para algunos. En la tempestad hay más riesgo para las grandes embarcaciones que para las pequeñas. No dejemos de ver a quien se hunde para que haya más a la hora de edificar. Es permanecer en la misericordia y con memoria. Es permanecer en la lucha por un mundo distinto y posible sobre los valores del Reino. Es permanecer en la denuncia de lo injusto, no cejar en los intentos de vivir con los demás. Es permanecer en la denuncia de aquellos que construyen muros sin suelos. Esos son los que construyen desde arriba, con opresión y beneficios para los suyos. Es permanecer en la limpieza, el reciclaje, el rehusar, de manera que le dejemos tierra a las generaciones venideras. Es permanecer en Jesús y su mensaje. Entonces, aprovechemos los vientos, para dejar que se lleven todos aquellos viejos modelos de visión. Que se lleve todo aquello que está caduco, pero que hemos vinculado falsamente con fe. Que se lleve lo que decora el anuncio que no necesita decoro sino verdad. Que se lleve la falsa cristiandad y nos vuelva a la vida consagrada y fiel al Dios de la vida. Es permanecer no renunciar a los valores y principios que Jesús proclamó. En esos valores soltamos amarras y nos anclamos. No nos anclaremos, en medio de la tormenta, en filosofías, huecos pensamientos, análisis críticos sin visión sagrada, sino en Jesucristo la roca inconmovible. Si Jesús es quien nos llama a denunciar será una denuncia para el arrepentimiento. Toda denuncia que proviene de Dios provocará cambios permanentes en la vida del ser humano y hará posible una nueva vida. Sí, la tormenta es real, pero también mi Creador y salvador, Jesucristo. Basado en el libro de Emma Martínez Ocaña “Espiritualidad para un mundo en emergencia”.
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